Alfonso Silva

Lo que ocurre en la actualidad, que algunos jugadores de calidad exquisita son criticados porque su pundonor es limitado, no es nuevo, ha ocurrido en la historia del fútbol desde tiempos pretéritos. Ejemplo de ello fue Alfonso Silva, el canario que tuvo sus años de esplendor jugando en el Atlético de Madrid, donde recogió numerosos elogios y levantaba admiración por su clase y su toque, aunque también fue censurado por su presunta indolencia.

Es un dato contrastado y conocido que la fructífera cantera canaria ha vivido épocas de esplendor, como cuando en la década de los años 40 de las islas dieron el salto a la península jugadores de la talla de Luis Molowny, Alfonso Silva o Rafael Mújica. En estos dos últimos casos, llegaron en 1946 al Atlético Aviación, club que pocos meses después, en enero de 1947, cambiaría su denominación por la de Atlético de Madrid.

El paso de los jugadores canarios de Las Palmas a Madrid se produjo debido a Arsenio Arocha, un ojeador del club rojiblanco, el cual no dudó en recomendar el pase de ambos al Metropolitano desde el At. Victoria. La opinión de Arsenio Arocha fue tenida en cuenta dado que estaba impresionado por las virtudes técnicas de Silva, que firmó en el verano de 1946 un contrato con el Atlético teniendo un sueldo mensual de 1.500 pesetas (9 euros) y una ficha anual de 25.000 pesetas (150 euros).

En su primera temporada en Madrid fue evidente que Silva atesoraba unas cualidades técnicas sublimes. En la grada del Metropolitano pronto fue conocido como "el Matemático", ya que era un medio volante con una gran precisión en sus pases, muy importante y participativo en la construcción del juego ofensivo del equipo. Desde luego, sus características eran para jugar de cara a la portería contraria, pero de una forma tan marcada que su poco interés por defender la portería propia no pasó desapercibido para los aficionados, lo que encendía acaloradas discusiones, una jornada sí y otra también, entre los defensores y los detractores de Silva. Ya se sabe, las clásicas discusiones de bar.

Pocos meses después, con el inicio de la temporada 47-48, esa discusión apuntada pasó al olvido, y fue por culpa de Emilio Vidal, el entrenador que colocó al canario de delantero centro. El origen de tal decisión fue que el Atlético no atravesaba una época boyante en lo económico, por lo que no era posible contratar a un ariete contrastado que por fin hiciera olvidar el rendimiento de Pruden, cuya facilidad goleadora pesaba como una losa sobre todos los jugadores que, desde el año 1941, se vestían las camiseta colchonera con el número 9. Lo que parecía una decisión extravagante, que el estilista Silva pudiera sobrevivir entre los duros defensas, no tardó demasiadas semanas en comprobarse que era un acierto, tanto en lo personal para Silva como en lo general para el Atlético. Los rojiblancos de aquella temporada 47-48 dieron espectáculo, con festines goleadores como un 5-0 al Real Madrid o un 8-0 al Sabadell.

Silva trenzaba un juego elegante, al primer toque, en corto y suave, con sus compañeros de línea, lo que enardecía al Metropolitano y a los críticos periodísticos, como Úbeda, del diario Pueblo, que bautizó a Juncosa, Vidal, Silva, Campos y Escudero como la "Delantera de seda", apodo que quedó grabado en la memoria colectiva de los aficionados. Pese a todo los elogios, y a los 73 goles a favor en los 26 partidos del campeonato, que hicieron del Atlético el equipo más realizador, no hubo títulos que celebrar al final de la temporada porque acabó en tercera posición a cuatro puntos del campeón, el FC Barcelona.

Las Ligas de HH

El auge de la carrera de Silva duró unas cuantas temporadas más, pero no todas como delantero. De entrada, la llegada de Helenio Herrera al banquillo rojiblanco aupó al equipo hasta cotas más altas como fueron la conquista de dos Ligas. En la temporada 49-50 Helenio Herrera impuso sus rudos métodos pese al público malestar de los jugadores, y acertó a conjuntar otra delantera de campanillas, la formada por Juncosa, Ben Barek, Silva, Carlsson y Escudero.

Con la Liga de 1950, ganada en la última jornada, la continuidad del proyecto de Helenio supuso pocos fichajes, pero uno, Pérez Payá, afectó a la carrera de Silva. Este joven amateur resultó ser un delantero poderoso, tanto que alcanzó la titularidad en detrimento del canario, al que Herrera no llevó al banquillo, sino que retrasó su posición como ya había probado Guillermo Eizaguirre en la selección española, y Silva empezó a jugar de mediocentro junto a Mújica, pareja que funcionó a la perfección y que colaboró en la reedición del título de Liga para el Atlético.

Sin duda, Silva atravesaba entonces el punto álgido de su carrera, con dos Ligas, cinco convocatorias para jugar con España y una popularidad in crescendo, sobre todo entre los aficionados rojiblancos y sus vecinos del barrio de Argüelles, que de vez en cuando le veían jugar en la calle Princesa con los chavales. Gestos como éste, en los que mostraba su lado más afable y social, sorprendían incluso a los directivos del Atlético, que sabían de sobra el carácter solitario, taciturno e introvertido de Silva.

Que el canario era un tipo peculiar podría dar fe, si aún viviera, un sastre de la madrileña calle Barquillo, donde Silva acudió con un representante de la Federación para hacerse el traje oficial de la selección nacional. El jugador no estaba contento con el modelo e intento introducir un cambio, lo que provocó un tira y afloja entre el directivo federativo y el colchonero ante la atónita mirada del sastre.

En realidad, su paso por la selección fue demasiado efímero, teniendo en cuenta la calidad que atesoraba, pero la anécdota del sastre, y una posterior, marcaron su imagen ante Guillermo Eizaguirre, el seleccionador de entonces. Debutó en enero de 1949, jugando en Montjuïc contra Bélgica (1-1 con gol suyo) y formando en esta delantera: Epi, Silva, César, Igoa y Gaínza. Después fue convocado para el Mundial de Brasil de 1950, y jugó de medio haciendo pareja con Puchades en el partido frente a Suecia, que perdió España por 3-1.

Tenía tanta calidad que se acomodaba a jugar en cada momento a la demarcación que le indicaba el entrenador de turno: bien de delantero, bien de centrocampista, pero su carácter no era comprendido por todos, ganándose la etiqueta de "persona extraña". La gota que colmó la paciencia del seleccionador Eizaguirre fue que en un entrenamiento Silva realizó una jugada que podía entenderse como una falta de respeto hacia sus compañeros. Con el balón dominado encaró la portería regateando a un par de defensas y al portero, momento en el que no llevó el balón a la red, sino que lo pisó sobre la línea de gol y se sentó encima del esférico... cosas de su temperamento frío y calculador... o de un genio.

Un triste adiós al Atlético

La cuestión es que también se torció su trayectoria en el Atlético, perdiendo protagonismo en el equipo hasta que en el verano de 1955 se enfrentó a Antonio Barrios, el entrenador, por lo que fue apartado de la disciplina rojiblanca durante muchos meses. La UD Las Palmas lo fichó en 1956, dónde volvió a coincidir con Mújica.

Tras la campaña 58-59, Silva colgó las botas y pasó unos malos momentos personales, al fallecer en menos de dos meses sus padres, lo que le llevó a una depresión de la que le ayudó a salir la que después sería su mujer, una alemana que logró que el canario pasara por la vicaría y cambiara Las Palmas por Konstanz (Alemania), donde, además de trabajar en una fábrica téxtil, probó suerte como entrenador en el equipo local y en el Kreuzlinger suizo.
Fuente: Don Balón

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