Eulogio Martínez

Ciertos delanteros son capaces de elevar el gol a la categoría de arte. Uno de ellos vino de Paraguay y encandiló a la parroquia del vetusto Las Corts, primero, y del vanguardista Camp Nou, después, con un virtuoso repertorio de goles. Su nombre, Eulogio Martínez, enunciaba a las claras unas raíces españolas que le permitieron despuntar también en la selección española.

Al finalizar la temporada 1955-56, en la que el FC Barcelona había terminado segundo a un punto del campeón, el Athletic Club de Bilbao, el club azulgrana realizó un puñado de incorporaciones.

Subió al primer cuadro a algunos jóvenes de su propia cantera -en aquel entonces era lo habitual- como Gensana, Vergés, Ribelles y Coll.

Junto a los citados, llegaron dos paraguayos recomendados por el secretario técnico, Pepe Samitier. Uno era Melanio Olmedo, un zaguero central alto, fuerte, muy corpulento, y de trote cansino. Le acompañaba un delantero con cara de niño bueno, de piel muy blanca –en contraste con su compañero, muy moreno–, de pierna algo corta y rodilludo, que parecía llegar casi en calidad de torna. Los dos venían de Asunción: el uno del Sol de América y el otro del Libertad, si bien con anterioridad había jugado en el Atlanta.

Este último, el delantero, se llamaba Eulogio Martínez Ramiro y no tardó nada en convertirse en ídolo de la afición barcelonista. Pronto fue Eulogio, a secas, admirado y querido por todos por su entrega, pundonor, su habilidad con el balón en los pies y su facilidad goleadora. Y todo ello a pesar de su correr con aire rústico y engañosamente insuficiente. Llegó a jugar 225 partidos con el Barça: marcó 168 goles. Olmedo tuvo menos fortuna. Apenas se alineó en siete encuentros, entre oficiales y amistosos, y ya en la temporada siguiente, fue cedido al Lérida desde donde regresó a Paraguay para dedicarse a la política. Y en ese campo si que triunfó, puesto que llegó a ser ministro, aunque en el gobierno de una dictadura militar.

A Eulogio, nacido en Asunción en 1935 en el seno de una familia española, comenzó a llamársele el "Abrelatas" por la facilidad que tenía para romper las defensas contrarias. Una de sus jugadas características que, a pesar de la reiteración siempre acababa sorprendiendo al defensa, era irse con el balón hasta la línea de fondo, entre la portería y el córner. En cuanto el adversario le acosaba, picaba el balón con la punta del exterior de su pie derecho y le hacía un sombrero espectacular que era acogido con un ¡oh! colectivo de admiración, incluso en los estadios rivales. Muchas de estas acciones acababan en gol, marcado por el propio Eulogio o servido a un compañero que, avezado por la experiencia, acompañaba atentamente la jugada.

En la temporada 1956-57, cesado el entrenador Platko (ex guardameta mítico), tomó las riendas del equipo Domingo Balmanya quien ya pudo contar plenamente con Eulogio. Y a fe que éste respondió a tope: jugó 45 partidos y marcó la nada despreciable cantidad de 37 goles. El equipo tampoco ganó la Liga, pero si la Copa del Generalísimo, en la que Eulogio vivió uno de sus días de mayor gloria. Enfrentando al Atlético de Madrid, en el entrañable campo de Las Corts, el equipo culé arrolló por 8-2. El astro paraguayo firmó… siete, ¡y le anularon otros dos! Eulogio goleó cinco veces en el primer tiempo, y dos en el segundo. Ese fue el partido de vuelta, con un equipo azulgrana que parecía haberle tomado la medida al colchonero (en el de ida había ganado por 2-5 con otro gol de Eulogio). Llegó la final de Copa, en la que se enfrentaban por vez primera los dos equipos barceloneses. Lo hicieron en Montjuic; el Barça ganó 1-0, con gol de Sampedro, el menos reconocido de una delantera en la que le acompañaban Basora, Villaverde –un uruguayo a quien también el público llegó a querer mucho– Kubala y el propio Eulogio Martínez. En la memoria de todos ha quedado este derby como el más importante y trascendente de los que han disputado los dos grandes equipos barceloneses.

El 24 de septiembre de 1957, día de la Mercè, se inauguró el Camp Nou. Cien mil espectadores abarrotaron un escenario que encandiló al mundo por ser un ejemplo de majestuosa modernidad. Entre los muchos actos programados, se disputó un duelo amistoso entre el Barcelona y una selección de Varsovia que era, en realidad, el auténtico combinado nacional polaco. Ganó el Barça por 4-2 y Eulogio Martínez inscribió su nombre con letras de oro en la historia azulgrana, al haber marcado el primero de esos cuatro goles, el primero en el nuevo estadio.

En la temporada siguiente, el FC Barcelona ganaría su primera Copa de Ferias, al imponerse a la selección de Londres, a doble partido.

Aquellos partidos no pudo jugarlos Kubala, pero la delantera que Barcelona presentó en Londres bien pudo ser calificada como de lujo: Tejada, Villaverde, Eulogio, Evaristo y Basora. En el encuentro de vuelta, Villaverde le cede su plaza a un chaval al que llamaban Luisito Suárez, llegado de A Coruña. Marcó dos goles. El Barça ganó 6-2 y Evaristo marcó otros dos, uno Vergés y uno Eulogio, que no podía quedarse sin dejar su impronta en fecha tan señalada. Fue el único que marcó en ambos partidos, ida y vuelta, ya que en Londres había conseguido el empate a dos.

En 1957, el Barcelona completó una letal nómina de goleadores con la llegada del brasileño Evaristo. Ambos compartían posición con Tejada, Kubala, Kocsis, Luis Suárez, Villaverde, Czibor y Rivelles, pero el público sólo podía contemplar a cuatro de ellos en cada partido –entonces no existían las sustituciones–. Eulogio y Evaristo formarían una sociedad implacable cara a las porterías contrarias, que logró en poco tiempo el favor de los aficionados. En aquella primera temporada juntos, Eulogio disputó 38 partidos entre Liga, Copa de Ferias, Copa de España y amistosos. Evaristo, jugó 36. Marcaron la friolera de 62 goles. A partes iguales: 31 por barba.

Aquella además la temporada en la que nuestro protagonista accedió a la internacionalidad: primero, con la selección B (octubre de 1958) y, más tarde con la absoluta, a la que defendería en ocho ocasiones y para la que firmó seis goles.

En la Liga que el Barça cosechó el curso 1959-60, Eulogio volvió a ser de los más utilizados: jugó 24 partidos y fue el segundo máximo goleador tras el madridista Pancho Puskas.

Pero el paraguayo ya comenzaba a tener problemas de obesidad. Cada entrenamiento, envuelto en plásticos desde el cuello hasta casi los pies, suponía todo un sacrificio. El sobrepeso era evidente aunque él continuaba jugando y luchando, entre el cariño de la afición. Así hasta que en 1962 se fue al Elche durante dos temporadas, después al Atlético de Madrid y, finalmente, al Europa y al Calella. Allí terminaría por arraigar, impartiendo sus conocimientos futbolísticos a la vez que regentaba un bar que le facilitó el presidente. Tuvo mala suerte en lo económico, pero en Calella había encontrado el calor, el cariño y el apoyo que le hacían falta.

En 1984, cambiando una rueda de su coche en plena carretera, fue arrollado por otro vehículo. Después de 23 días en coma, falleció.

Trágico final para uno de los puntales históricos del Barça y referencia obligada del fútbol español de mitad de siglo XX.
Fuente: Don Balón

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