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El gol de Sunderland

Fue en 1979. En el estadio de Wembley, Arsenal y Manchester United disputaban la final de la Copa inglesa.

Un buen partido, pero nada permitía sospechar que de pronto iba a convertirse en la más eléctrica final de cuantas han acontecido, desde 1871, en la larga historia de la Copa. Iba ganando el Arsenal, 2 a 0, y poco faltaba para terminar. El partido estaba liquidado, ya la gente se marchaba del estadio. Y súbitamente se descargó una tormenta de goles. Tres goles en dos minutos: un certo remate de McQueen y una linda penetración de McIlroy, que eludió a dos defensas y también al arquero, dieron el empate al Manchester entre el minuto 86 y el 87, y antes de que se cumpliera el minuto 88, el Arsenal recuperó la victoria.

Alan Brady, que fue, como de costumbre, la gran figura del partido, armó la jugada del 3 a 2 definitivo, y Alan Sunderland la culminó con un limpio disparo.
Fuente: Eduardo Galeano


Goles del partido

El gol de Bettega

Fue en el Mundial del 78. Italia venció 1 a 0 a la selección dueña de casa.

La jugada del gol italiano dibujó en la cancha un triángulo perfecto, dentro del cual la defensa argentina quedó más perdida que ciego en tiroteo. Antognoni deslizó la pelota a Bettega, que la cacheteó hacia Rossi, que estaba de espaldas, y Rossi se la devolvió de taquito mientras Bettega se infiltraba en el área. Bettega desbordó a dos jugadores y venció de un zurdazo al arquero Fillol.

Aunque nadie lo sabía, el equipo italiano ya había empezado a ganar el Mundial de cuatro años después.
Fuente: Eduardo Galeano


Gol de Bettega

La chilena

Ramón Unzaga inventó la jugada, en la cancha del puerto chileno de Talcahuano: con el cuerpo en el aire, de espaldas al suelo, las piernas disparaban la pelota hacia atrás, en un repentino vaivén de hojas de tijera.

Pero esta acrobacia se llamó la chilena unos cuantos años después, en 1927, cuando el club Colo-Colo viajó a Europa y el delantero David Arellano la exhibió en los estadios de España. Los periodistas españoles celebraron el esplendor de la desconocida cabriola, y la bautizaron así porque de Chile había venido, como las fresas y la cueca.

Después de varios goles volanderos, Arella murió en aquel año, en el estadio de Valladolid, por un encontronazo fatal con un zaguero.
Fuente: Eduardo Galeano

El gol de Atilio

Fue en 1939. Nacional de Montevideo y Boca Juniors de Buenos Aires iban empatados a dos goles, y el partido estaba llegando a su fin. Los de Nacional atacaban; los de Boca, replegados, aguantaban. Entonces Atilio García recibió la pelota, enfrentó una jungla de piernas, abrió espacio por la derecha y se tragó la cancha comiendo rivales.

Atilio estaba acostumbrado a los hachazos. Le daban con todo, sus piernas eran un mapa de cicatrices. Aquella tarde, en el camino al gol, recibió trancazos duros de Angeletti y Suárez, y él se dio el lujo de eludirlos dos veces. Valussi le desgarró la camisa, lo agarró de un brazo y le tiró una patada y el corpulento Ibáñez se le plantó delante en plena carrera, pero la pelota formaba parte del cuerpo de Atilio y nadie podía parar esa tromba que volteaba jugadores como si fueran muñecos de trapo, hasta que por fin Atilio se desprendió de la pelota y su disparo tremebundo sacudió la red.

El aire olía a pólvora. Los jugadores de Boca rodearon al árbitro: le exigían que anulara el gol por las faltas que ELLOS habían cometido. Como el árbitro no les hizo caso, los jugadores se retiraron, indignados, de la cancha.
Fuente: Eduardo Galeano

El gol de Rocha

Fue en 1969. Peñarol jugaba contra Estudiantes de La Plata.

Rocha estaba en el centro de la cancha, de espaldas al área rival y con dos jugadores encima, cuando recibió la pelota de Matosas. Entonces la durmió en el pie derecho, con la pelota en el pie se dio vuelta, la enganchó por detrás del otro pie y escapó de la marca de Echecopar y Taverna. Pegó tres zancadas, se la dejó a Spencer y siguió corriendo. Recibió la devolución por alto, en la media luna del área. Paró la pelota con el pecho, se desprendió de Madero y de Spadaro y disparó de volea. El arquero, Flores, ni la vio.

Pedro Rocha se deslizaba como serpiente en el pasto. Jugaba con placer, regalaba placer: el placer del juego, el placer del gol. Hacía lo que quería con la pelota. Y ella le creía todo.
Fuente: Eduardo Galeano

El gol de Nilton

Fue en el Mundial del 58. Brasil iba ganando 1 a 0 contra Austria.

Al comienzo del segundo tiempo, avanzó desde su campo Nilton Santos, el hombre clave de la defensa brasileña, llamado la Enciclopedia por lo mucho que sabía de fútbol. Nilton abandonó la retarguardia, pasó la línea central, eludió a un par de rivales y siguió camino. El técnico brasileño, Vicente Feola, corría también por la orilla de la cancha, pero del lado afuera. Sudando a mares, gritaba:

-¡Vuelve, vuelve!

Y Nilton, imperturbable, continuaba su carrera hacia el área rival. El gordo Feola, desesperado, se agarraba la cabeza, pero Nilton no pasó la pelota a ningún delantero: hizo toda la jugada él solito, y la culminó con un golazo.

Entonces Feola, feliz, comentó:

-¿Vieron? ¿ No les dije? ¡Este sí que sabe!
Fuente: Eduardo Galeano

El gol de Gemmil

Fue en el Mundial del 78. Holanda que venía bien jugaba con Escocia que venía muy mal.

El jugador escocés Archibald Gemmil recibió la pelota de su compatriota Hartford y tuvo la gentileza de invitar a los holandeses a bailar al son de un solo de gaita.

Widschut fue el primero en caer, mareado, a los pies de Gemmill. Después dejó atrás a Suurbier, que quedó trastabillando. A Krol le fue peor: Gemmill se la pasó entre las piernas. Y cuando el arquero Jongbloed se le vino encima, el escocés le puso la pelota de sombrero.
Fuente: Eduardo Galeano


El gol de Zizinho

Fue en el Mundial del 50. En el partido contra Yugoslavia, Zizinho, entreala de Brasil hizo un gol bis.

Este señor de la gracia del fútbol había convertido un gol de limpia manera y el árbitro lo había anulado injustamente. Entonces él lo repitió igualito, paso a paso. Zizinho entró al área por el mismo lugar, esquivó al mismo defensa yugoslavo con la misma delicadeza, escapando por la izquierda como había hecho antes, y clavó la pelota exactamente en el mismo ángulo. Después la pateó con furia, varias veces contra la red.

El árbitro comprendió que Zizinho era capaz de repetir aquel gol diez veces más, y no tuvo más remedio que aceptarlo.
Fuente: Eduardo Galeano

El gol de Jairzinho

Fue en el Mundial del 70. Brasil enfrentaba a Inglaterra.

Tostão recibió la pelota de Paulo César y se escurrió hasta donde pudo. Encontró a toda Inglaterra replegada en el área. Hasta la Reina estaba allí. Tostão eludió a uno, a otro y a otro más, y pasó la pelota a Pelé. Otros tres jugadores lo ahogaron en el acto: Pelé simuló que seguía viaje y los tres rivales se fueron al humo, pero apretó el freno, giró y dejó la pelota en los pies de Jairzinho, que allá venía. Jairzinho había aprendido a desmarcarse cuando se buscaba la vida en el arrabal más duro de Rio de Janeiro: salió disparado como una bala negra, esquivó a un inglés y la pelota, bala blanca, atravesó la meta del arquero Banks.

Fue el gol de la victoria. A paso de fiesta, el ataque brasileño se había sacado de encima a siete custodios. Y la ciudadela de acero había sido derretida por aquel viento caliente que vino del sur.
Fuente: Eduardo Galeano


El gol de Charlton

Fue en el Mundial del 62. Inglaterra jugaba contra la selección argentina.

Bobby Charlton armó la jugada del primer gol inglés, hasta que Flowers quedó sólo frente al arquero Roma. Pero el segundo gol fue obra suya de cabo a rabo. Charlton, dueño de toda la izquierda del campo, dejó a la defensa argentina desintegrada como una polilla después del manotazo, y a la carrera cambió de pierna y con la derecha fulminó el arquero de tiro cruzado.

Él era un sobreviviente. Casi todos los jugadores de su equipo, el Manchester United, habían quedado atrapados entre los hierros retorcidos de un avión en llamas. A Bobby la muerte lo soltó, para que un obrero de las minas pudiera seguir regalando a la gente la alta nobleza de su fútbol.

La pelota le obedecía. Ella recorría la cancha siguiendo sus instrucciones y se metía en el arco antes de que él la pateara.
Fuente: Eduardo Galeano

El gol de Zarra

Fue en el Mundial del 50. España acosaba a Inglaterra, que sólo atinaba a tirar a puerta desde lejos.

El puntero Gainza devoró la cancha por la izquierda, se voló a media defensa y cruzó la pelota hacia el área inglesa. El zaguero Ramsey alcanzó a tocarla, de espaldas, a contrapierna, cuando arremetió Zarra y metió la pelota contra el poste izquierdo.

Telmo Zarra, goleador de España en seis campeonatos, heredero del torero Manolete en la pasión popular, jugaba con tres piernas. La tercera pierna era su cabeza fulminante. Fueron testarazos sus goles más famosos. Zarra no hizo de cabeza este gol de la victoria, pero lo gritó apretando entre las manos la medallita de la Inmaculada, que le colgaba del pecho.

El máximo dirigente del fútbol español, Armando Muñoz Calero, que había participado en la invasión nazi a tierras rusas, envió por radio un mensaje al generalísimo Franco:
"Excelencia: hemos vencido a la pérfida Albión".

Era la venganza por la aniquilación de la Armada Invencible, que había sido muy vencida en 1588 en las aguas del Canal de la Mancha.


Muñoz Calero dedicó el partido "al mejor Caudillo del mundo". No dedicó a nadie el partido siguiente, cuando España enfrentó a Brasil y recibió seis goles.

Fuente: Eduardo Galeano


El gol de Piendibene

Fue en 1926. El autor del gol, José Piendibene, no lo festejó. Piendibene, hombre de rara maestría y más rara modestia nunca festejaba sus goles, por no ofender.

El club uruguayo Peñarol estaba jugando en Montevideo contra el Español de Barcelona, y no encontraba la manera de perforar la valla defendida por Zamora. La jugada venía de atrás. Anselmo evitó a dos adversarios, cruzó la pelota a Suffiati y se lanzó a la carrera, esperando la devolución. Pero entonces Piendibene la pidió, la recibió, eludió a Urquizú y se acercó al arco. Zamora vio que Piendibene remataba al ángulo derecho y se lanzó en un salto. La pelota no se había movido, dormida en el pie: Piendibene la tocó, suavecito, a la izquierda de la valla vacía.

Zamora alcanzó a saltar hacia atrás, salto de gato, y pudo rozar la pelota con la punta de los dedos, cuando ya no había nada que hacer.
Fuente: Eduardo Galeano

El gol de Maradona

Fue en 1973. Se medían los equipos infantiles de Argentinos Juniors y River Plate, en Buenos Aires. El número 10 de Argentinos recibió la pelota de su arquero, esquivó al delantero centro del River y emprendió la carrera. Varios jugadores le salieron al encuentro: a uno se la pasó por el jopo, a otro entre las piernas y al otro lo engaño de taquito. Después, sin detenerse, dejó paralíticos a los zagueros y al arquero tumbado en el suelo, y se metió caminando con la pelota en la valla rival. En la cancha habían quedado siete niños fritos y cuatro que no podían cerrar la boca.

Aquel equipo de chiquilines, los "Cebollitas", llevaba cien partidos invicto y había llamado la atención de los periodistas. Uno de los jugadores, "El Veneno", que tenía trece años, declaró:
"Nosotros jugamos por divertirnos. Nunca vamos a jugar por plata. Cuando entra la plata, todos se matan por ser estrellas, y entonces vienen la envidia y el egoísmo".

Habló abrazado al jugador más querido de todos, que también era el más alegre y el más bajito: Diego Armando Maradona, que tenía doce años y acababa de meter ese gol increíble. Maradona tenía la costumbre de sacar la lengua cuando estaba en pleno envión. Todos sus goles habían sido hechos con la lengua afuera. De noche dormía abrazado a la pelota y de día hacía prodigios con ella. Vivía en una casa pobre de un barrio pobre y quería ser técnico industrial.
Fuente: Eduardo Galeano

El gol de Zico

Fue en 1993. En Tokio, el club Kashima disputaba la Copa del Emperador contra el Tohoku Sendai.

El brasileño Zico, astro del Kashima hizo el gol de la victoria, que fue el más lindo de los goles de su vida. La pelota llegó, en centro cruzado, desde la derecha. Zico que estaba en la media luna del área, entró con todo. En el envión, se pasó: cuando advirtió que la pelota le quedaba atrás, dio una vuelta de carnero en el aire y en pleno vuelo, de cara al suelo, la pateó de taco. Fue una chilena, pero al revés.

- Cuéntenme ese gol - pedían los ciegos.

El gol que contó por su belleza

Fue en un partido del Campeonato Paulista, en 1962. El Santos recibía el Guarani, en el estadio Vila Belmiro. Estábamos dominando el encuentro, cuando recibí la bola dentro del área. Hice una jugada semejante a mi famoso gol de la Calle Javari: di tres sombreros seguidos en tres defensas y tiré a gol de la entrada del Vila Belmiro. La pelota se estrelló en el larguero y rebotó en el suelo.

Cuando el árbitro João Etzel validó el tanto, el equipo entero del Guarani se echó encima de él reclamando que la bola no había sobrepasado la línea. El árbitro salía por aquí, salía por allá, pero los jugadores del "Bugre" seguían encima de él.

Para acabar con la discusión, el juez, gritó: "Quieren saber alguna cosa: aunque no haya entrado, yo daría el gol porque la jugada fue muy bella. Fue un gol de Pelé y ya está". Si no lo hubiera escuchado yo mismo, no lo creería.

Escrito por Pelé.

El gol de Beckenbauer

Fue en el Mundial del 66. Alemania jugaba contra Suiza. Uwe Seeler se lanzó al ataque junto a Franz Beckenbauer, Sancho Panza y Don Quijote disparados por un gatillo invisible , vaya y venga, tuya y mía, y cuando toda la defensa suiza había quedado inútil como oreja de sordo, Beckenbauer encaró al guardameta Elsener, que se arrojó a su izquierda, y definió a la carrera: pasó por la derecha, tiró y adentro.

Beckenbauer tenía veinte años y ese fue su primer gol en un campeonato mundial. Después, estuvó en cuatro más, como jugador o como director técnico, y nunca bajó del tercer puesto. Dos veces alzó la Copa del mundo: en el 74, jugando y en el 90, dirigiendo. Contra la dominante tendencia al fútbol de pura fuerza, estilo divisiones Panzer, él demostraba que la elegancia puede ser más poderosa que un tanque y la delicadeza, más penetrante que un obús.

Había nacido en el barrio obrero de Munich este emperador del mediocampo, llamado el KAISER, que con hidalguía mandaba en la defensa y en el ataque: atrás, no se le escapaba ninguna pelota, ni mosca, ni mosquito, que quisiera pasar; y cuando se echaba adelante, era un fuego que atravesaba la cancha.

El gol de limosna

Fue en un viaje del Santos a México en 1961. En aquella época, mi amigo Tite estaba negociando su traspaso del Vila Belmiro a un equipo mexicano, el Guadalajara. Tite era un atacante habilidoso, regateador, goleador y un buen compañero - fue él quien me enseño a tocar la guitarra. Él era el suplente de Pepe y, a los 30 años, ya empezaba a pensar en terminar su carrera.

Para que la transacción saliera bien, el presidente del club mejicano quería verlo jugar. Por eso, el día del partido amistoso contra el Guadalajara, Tite pidió al técnico Lula entrar en campo, al menos en la segunda mitad. El partido iba corriendo y no parecía que Lula iba a hacer entrar a Tite.


Pero faltando cinco minutos, Tite sustituyó a Pepe. En seguida, recuperé el balón en el medio campo y empecé a regatear. Tite, que corría a mi lado, me ayudaba a engañar los adversarios. Cuando pasé el portero y que el gol estaba totalmente abierto, le toqué la pelota a los pies y grité: "¡toma Tite!". Él levantó el pie y mandó el balón en las gradas. Cuando le recriminé el error, me dijo: "Gol de limosna, ¡yo no quiero!". Como era mi profesor de guitarra no pude enfadarme con él.


Escrito por Pelé.

El gol de Garrincha

Fue en 1958, en Italia. La selección de Brasil, jugaba contra el club de Fiorentina, camino del Mundial de Suecia.

Garrincha invadió el área, dejó sentado a un defensa y se sacó de encima a otro. Cuando había eludido también el arquero, descubrió que había un jugador en línea del gol: Garrincha hizo como que sí, como que no, mintió que pateaba al ángulo y el pobrecito se estrelló de narices contra el palo. Entonces el guardameta volvió a molestar. Garrincha le pasó la pelota entre las piernas y se metió en el arco.

Después, con la pelota bajo el brazo, regresó lentamente a la cancha. Caminaba mirando al suelo, Chaplin en cámara lenta, como pidiendo disculpas por ese gol que puso de pie a toda la ciudad de Florencia.
Fuente: Eduardo Galeano


El gol olímpico

Cuando la selección uruguaya regresó de las Olimpíadas del 24, los argentinos le ofrecieron un partido de festejo. El partido se jugó en Buenos Aires. Uruguay perdió por un gol.

El punta izquierdo Cesáreo Onzari fue el autor de ese gol de la victoria. Lanzó un tiro de esquina y la pelota se metió en el arco sin que nadie la tocara. Era la primera vez en la historia del fútbol que se hacía un gol así. Los uruguayos se quedaron mudos. Cuando consiguieron hablar, protestaron. Según ellos, el arquero Mazzali había sido empujado mientras la pelota venía en el aire. El árbitro no les hizo caso. Y entonces mascullaron que Onzari no había tenido la intención de tirar a puerta, y que el gol había sido cosa del viento.

Por homenaje o ironía, aquella rareza se llamó GOL OLÍMPICO. Y todavía se llama así, las pocas veces que ocurre. Onzari pasó todo el resto de su vida jurando que no había sido casualidad. Y aúnque han transcurrido muchos años, la desconfianza continua: cada vez que un tiro de esquina sacude la red sin intermediarios, el público celebra el gol con una ovación, pero no se lo cree.
Fuente: Eduardo Galeano

El gol 1.000 de Romário



Fue sufrido. Pero, en el quinto intento, Romário, por fin, cumplió su misión y marcó el milésimo gol. El Sport pernambucano acabó transformándose en la víctima del momento histórico. San Januario, el palco. Y el día 20 de mayo de 2007 entra para la Historia.Fueron 361 minutos de suspense y angustia desde que marcó el gol 999, contra Flamengo. Pero el "baixinho" hizo el gol de penalti, cuando el reloj marcaba 19h17min (hora local). Y Vasco, entonces, hacía el 3 a 0 contra Sport. El gol se concretó a los 2 minutos de la segunda parte. Y fue muy parecido con el milésimo gol de Pelé. Mismo lado del campo, una paradita antes del chut, mismo lado de la portería. Apenas el portero saltó al lado opuesto.

Después de marcar el milésimo gol, desde el punto fatídico contra Sport, válido por la Liga Brasileña, el delantero Romário fue abrazado por sus compañeros y vibró con la marca histórica alcanzada en el estadio San Januario. Su madre, Doña Lita, y todos sus familiares bajaron al césped para abrazar el crack.
El jugador dio una vuelta olímpica después de un rápido homenaje por el presidente del club. El baixinho corrió por el campo de San Januario ovacionado por los hinchas del Vasco.

De los mil goles del delantero, 324 fueron marcados con la camiseta del Vasco. También hizo 204 por el Flamengo, 165 por el PSV Eindhoven, 71 por la Selección Brasileña, 53 por el Barcelona, 48 por el Fluminense, 22 por el Miami, 14 por el Valencia y 1 por el Adelaide. Romário además conta 77 goles en las categorías de base y otros 21 en partidos festivos.


Fuente: Revista Placar