Silvio Piola

Hasta mediados de los años 90, quien iba al Estadio Robbiano de Vercelli para asistir a los encuentros del equipo de casa, noble venido a menos del fútbol italiano, habría podido cruzar sus pasos con los de un ochentón distinguido, con semblante seguro y los ojos llenos de entusiasmantes recuerdos. Silvio Piola amaba presentarse en su campo como un espectador cualquiera cada domingo de fútbol. Persona esquiva y taciturna, ajena al divismo, representaba el prototipo del piamontés medio. En realidad nació en Robbio Lomellina, cerca de Pavia, pero siempre se consideró vercellese, pues creció en aquella ciudad. En el curso de sus 24 años como futbolista vistió cinco camisetas diferentes, pero siempre mantuvo su residencia en Vercelli, donde prosiguió su vida cuando colgó las botas.

Talento precoz, empezó a marcar sus primeros tantos entre las dos guerras mundiales, sobre el césped de la Veloces, un club modesto. Fue su tío materno, Giuseppe Cavanna, portero de Pro Vercelli y Nápoles e internacional en el Mundial de 1934, quien le animó a dar sus primeros pasos en un deporte todavía no masificado. Pronto se enfundaría la blanca casaca del Pro Vercelli, siempre fascinante aunque ya en decadencia con respecto a sus orígenes, cuando las vitrinas de la entidad acogieron siete Scudetti. A Piola le gustaba evocar un partido disputado con 17 años contra al Nápoles de Cavanna, que creó un incidente familiar: ”Ganamos 6-3 y marqué tres goles. Después del quinto, entré en la portería para coger el balón y dije: ‘Me lo llevo, tú estás cansado’. Me pegó una patada que si me hubiera golpeado... Mis tías siguieron durantes varios meses diciéndome que no se comporta así con los familiares. ¡Pero el fútbol es eso!”.

El joven alcanzó la fama con rapidez, marcando 51 goles en poco más de cuatro años con la camiseta de la Pro. Seis los anotó en un mismo partido, récord de la Serie A, en un 7-2 contra la Fiorentina. Su nombre sonaba entre los dirigentes de los clubs más poderosos. A él le hubiera gustado vestir la camiseta de algún grande del Norte, quizás la de la Ambrosiana-Inter del inmenso Meazza, para aspirar a algún triunfo sin alejarse demasiado de casa. Pero chocó con un fútbol que empezaba a convertirse en negocio, en el cual los jugadores no disfrutaban de libertad de decisión, y sobre todo con un periodo histórico fuertemente influido por el clima político. Las intervenciones del secretario del Partido Fascista Marinelli y del general Vaccaro lo llevaron a Roma, a la Lazio. En nueve temporadas marcó 143 dianas en Liga, logrando muchos éxitos personales pero ninguno a nivel de club. Para los clubs romanos de aquella época era muy complicado contrarrestar a los potentísimos equipos del Norte. Sólo lo logró la Roma en la temporada 1941-42; la Lazio había estado a punto de conseguirlo seis años antes, pero el Bolonia la relegó al segundo puesto. Eran tiempos en los que los derbies a la sombra del Cupolone de San Pedro constituían encuentros épicos que valían una temporada entera. Atacante imponente y valiente, Piola siempre respondía ante el desafío. Se convirtió en mito el 16 de marzo del 1941: lesionado al comienzo, Piola volvió al campo con la cabeza fajada y una profunda herida cosida por cuatro puntos. Marcó dos tantos, el primero con su frente, sin preocuparse por su brecha.

La historia se enredó otra vez con las suertes del delantero, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En el 1943, ante la posibilidad de ser reclutado, dejó Roma. Se corrió la voz de que había muerto durante una acción militar y se llegaron a celebrar misas en su memoria. Pero en realidad su vida -también la deportiva- todavía habría de prolongarse muchos años. El caos de la guerra lo había acercado a su casa, en el norte del país. Defendió el escudo del Torino durante el anómalo Campionato di Guerra dell’Alta Italia, no homologado y ganado por los bomberos de La Spezia. Los dos años siguientes continuó marcando en Turín, pero para la Juventus, con la cual rozó nuevamente el Scudetto. Ya tenía treinta y cuatro años y los dirigentes pensaron que su crepúsculo futbolístico había llegado. Lo vendieron al Novara, en Segunda y cerca de su Vercelli, donde habría podido terminar su carrera de manera honorable. Sin embargo, el atacante no se resignaba a jubilarse. Le bastaron una temporada y 16 goles para reconducir a su nuevo equipo a Primera, donde viviría otros seis años como absoluto protagonista. La carrera del ariete acabó sólo en 1954, tras 24 años y 274 tantos en la Serie A, marca aún insuperada. Única decepción: el Scudetto, muchas veces rozado, pero nunca logrado. A nivel de equipo, sólo los triunfos de la azzurri pudo consolarle.

La selección: ‘Silviogol’

Piola debutó con la selección el 24 de marzo de 1935, en el Prater de Viena, contra el Wünderteam austríaco. Su doblete realizador contribuyó a la victoria (4-2) y deshizo cualquier duda que el técnico Pozzo albergaba sobre él. El entrenador estaba empeñado en ensamblar un equipo capaz de confirmar el triunfo de 1934. El contexto político de aquel Mundial, celebrado en Italia, cuestionaba la victoria local, instrumentalizada como propaganda para el régimen fascista. Pozzo deseaba borrar todas esas sombras, armando un equipo técnico y rápido que pudiera confirmar de una manera definitiva la supremacía futbolística italiana, además en la hostil Francia, recelosa de la amistad entre Roma y Berlín. Los once azzurri, obligados a saludar al modo romano antes cada partido, no podían gozar de las simpatías en esa tierra. Pero cuando empezaban los encuentros, todo se eclipsaba por la magia de Meazza, por las jugadas de Colaussi, por los tantos de Silvio Piola. La cabalgada hacia el triunfo fue imparable: Italia superó a Noruega, a los anfitriones galos y al temible Brasil, que prefirió ahorrar el crack Leónidas, en perspectiva de una hipotética final. El sudamericano se habría contentado con ser el máximo goleador del torneo, permitiendo el paso al partido más importante a Piola -que ya se había impuesto como “Silviogol”- y a su Italia. Los azzurri disputaron la final el 19 junio del 1938, contra Hungría, en París, ante 60.000 espectadores. Gracias a un partido estrepitoso y a los dobletes de Piola y Colaussi, Italia superó los magiares por 4-2. En la tribuna de honor, el presidente francés Lebrun, profano en cuestiones de fútbol, aplaudía sonriente. El París-soir de aquel 19 de junio recogía que, cuando el estadio empezó a aplaudir cada acción de Italia, el dirigente preguntó sorprendido a un funcionario cercano si había franceses en el campo. El irónico interlocutor no pudo evitar responder: “Sí, señor presidente: Capdeville, el árbitro”.

Además del Mundial, Piola levantó una Copa Internacional, la del Dr. Gerö, una suerte de Eurocopa restringida. Y escrito en letras de oro quedaría un tanto que marcó en un amistoso de 1939 en Milán. La que parecía una increíble chilena, especialidad de "Silviogol", en realidad fue un gol con la mano. El adversario, cómo no, era Inglaterra. Piola disputaría su último compromiso con la nazionale con 39 años, en 1952, de nuevo ante Inglaterra. Con la selección jugó un total de 34 partidos, marcando 30 dianas.

Ahora el viejo estadio Robbiano de Vercelli lleva el nombre de Silvio Piola, uno de sus espectadores, el atacante más fuerte de la historia del Calcio.
Fuente: Don Balón

1 comentario:

Anónimo dijo...

Soy mónica methol PIOLA - una parienta - y tengo un hermano jugador aficionado, delantero y goleador. VIVA URUGUAY EN LA COPA DEL MUNDO 2010!! Diego Forlan, mejor jugador del mundo, botin de oro....

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