Todo equipo de ensueño requiere de una personalidad fuerte bajo los palos. El mítico conjunto barcelonista de comienzos de los 50, el de las ‘Cinco Copas’, contó con los reflejos y la valentía de un chico de barrio para proteger su portería. Antoni Ramallets acaudaló un historial fértil en títulos con su club, y colaboró además en la consecución del cuarto puesto de la selección en el Mundial de 1950. Sólo la Copa de Europa le fue esquiva: Berna y sus palos de madera cerrarían una exitosa carrera.
Al romper la década de 1940, un joven espigado, con abundante cabellera, ágil hasta lo increíble, sereno y valiente bajo los palos acudía al campo del CD Europa, club emblemático del barrio barcelonés de Gracia. Su nombre, Antoni Ramallets Simón, hijo también del barrio. Nadie podía imaginar que estaba asistiendo al nacimiento de un mito, que con el paso del tiempo sucedería nada menos que al siempre legendario Zamora. Pero así ocurrió.
Antoni Ramallets Simón había nacido el 4 de julio de 1924. Dicen que ya a los ocho años andaba parando pelotas de trapo por las calles de Gracia. Lo cierto es que con 15 años entró a trabajar en la fábrica Casacuberta. No quería estudiar, quería ser portero de fútbol. Compartió su oficio con la dedicación a varios equipos aficionados como el Racing del Guinardó. Un buen día, según cuenta él mismo, el señor Vieta -un mítico y desinteresado dirigente del CD Europa- lo tentó y se lo llevó al histórico club. Allí firmaría su primera ficha profesional: 200 pesetas al mes.
La mili se lo llevó a la Base Naval de San Fernando (Cádiz) y allí conquistó con su equipo el subcampeonato de España de la Marina. Como premio lo trasladaron a Palma de Mallorca, lo que le abrió las puertas para jugar en el RCD Mallorca desde 1944 a 1946. En mayo del 46 se fijo en él Barcelona, todo un sueño hecho realidad. Visto así puede parecer que la suya fuese una carrera fulgurante, pero lo cierto es que le costó ganar la portería del primer equipo culé. A los técnicos no acababa de convencerles su planta física, que dicho sea de paso era admirable. De modo que fue cedido al Real Valladolid, entonces en Tercera División.
Allí devino en ídolo: los de Pisuerga ascendieron a Segunda en 1948, tras un partido de promoción ganado al Racing de Santander (3-1) en el que Ramallets fue el héroe. El Barcelona lo reclamó rápidamente, lo que constituía un nuevo paso adelante, aunque no decisivo, porque Velasco -el titular- estaba en plena forma. Más de un año pasó Antoni en blanco hasta que una grave lesión de Velasco (desprendimiento de retina) en Vigo al lanzarse a los pies de Mecarle, le abrió el paso.
Ramallets recuerda: “Fue mi gran ocasión ya que aquella misma semana el Barça celebraba sus bodas de oro ante el Palmeiras y el Copenhague. Allí me gané la confianza de todos”. Y, efectivamente, a partir de aquella conmemoración, nuestro hombre entró en el camino de la leyenda con paso firme. Tanto, que llegaría a jugar en su amado Barcelona más de 500 partidos, siendo uno de los jugadores con mayor palmarés personal. Al retirarse, tras más de trece años en el club, lo hizo con títulos tan importantes como éstos: seis Ligas Españolas, cinco Copas del Generalísimo, dos Copas de Ferias, dos Copas Latinas y el subcampeonato de la Copa de Europa de 1961. A título personal obtuvo cuatro trofeos Zamora y, por su ejemplar trayectoria deportiva, la preciada Medalla al Mérito Deportivo. Con el paso del tiempo se ha ganado el título de mejor portero de la historia azulgrana, en la que figuran grandes porteros como el mítico Zamora, que no cumplió toda su vida de élite en el club, a diferencia de Ramallets. Tuvo además el honor de formar en el equipo de estrellas culés que inauguraron el Camp Nou, el 24 de septiembre de 1957.
La temporada 1951-52 supuso un punto de inflexión en la historia del Barça, pues se instaló como equipo triunfante en toda la línea, enlazando con los sentimientos populares: comenzó ser más que un club. Fue la temporada que ha pasado a la historia como la de las "Cinco Copas", (Liga Española y Copas del Generalísimo, Latina, Eva Duarte y Martini Rossi) en la conquista de las cuales Ramallets supuso un puntal básico. Aquel equipo, con Kubala de líder, el valladar Antoni en la puerta, y hombres como Segarra, Biosca, Basora, César, Moreno, Manchón, Bosch o Gonzalvo III, marcaría un hito para el barcelonismo.
Tras ocho años de titularidad en el Barça, los seleccionadores nacionales Guillermo Eizaguirre y Benito Díaz le llamaron para participar en el Mundial de 1950. Ramallets debutó en Maracaná, en el segundo partido, que se ganó por 2-0 a Chile, tras una gran exhibición del portero español, que sorprendió por su estampa, su agilidad increíble, su sangre fría cuando era preciso y su valor. Tal fue la impresión que causó a los aficionados locales que comenzaron a llamarle el "gato de Maracaná", mientras el mujerío le reconocía como el "belo goleiro".
Histórica fue la victoria sobre Inglaterra, con el famoso gol de Zarra, que Matías Prats inmortalizó, pero es de justicia concederle a Ramallets su importante porción de la tarta. El ilustre periodista Antonio Valencia, escribió en Marca: “Hoy en el primer tiempo [Ramallets] ha estado colosal y me ha hecho pensar que había resucitado Zamora, a los treinta años justos de la gesta de Amberes”.
Después vendría un empate a dos tantos con Uruguay, que a la postre sería campeón del Mundo. España acusó el esfuerzo y se hundió ante los brasileños y los suecos, clasificándose en cuarto lugar. Una inesperada gesta que Ramallets recordó con motivo del Mundial del 82 en España: “Quedamos clasificados cuartos. No estuvo mal. Hasta hoy no se ha mejorado este resultado, pero nos supo a poco”.
En total el "Gato de Maracaná" jugó 35 partidos con la selección nacional, obteniendo 18 victorias, ocho empates y nueve derrotas, encajando 51 goles.
Al romper los años 60, aquel joven espigado de Gracia había superado la cresta de la ola y se encontraba cerca del retiro. Solamente le faltaba la Copa de Europa y fue a por ella. De entrada todo pintaba bien, consiguiendo la proeza de eliminar al Real Madrid, que había levantado las cinco primeras. Y llegó la final de 1961. Escenario: Berna; rival: el Benfica portugués. El Barça abre el marcador, por obra de Kocsis, domina a su rival y exhibe trazas de campeón, pero cuatro tiros al poste de sus jugadores de campo y dos goles de los que nunca se le colaban a Ramallets dejaron la cosa en un triste 3-2. No fue posible añadir el último título al extraordinario palmarés de Antoni Ramallets Simón, que se retiraría entregando el testigo al valenciano Pesudo.
Aún tendría su cuota de gloria como entrenador, clasificando en 1963 al Valladolid en cuarto lugar de la Liga, lo que constituye la mejor clasificación de la historia del club pucelano.
Al romper la década de 1940, un joven espigado, con abundante cabellera, ágil hasta lo increíble, sereno y valiente bajo los palos acudía al campo del CD Europa, club emblemático del barrio barcelonés de Gracia. Su nombre, Antoni Ramallets Simón, hijo también del barrio. Nadie podía imaginar que estaba asistiendo al nacimiento de un mito, que con el paso del tiempo sucedería nada menos que al siempre legendario Zamora. Pero así ocurrió.
Antoni Ramallets Simón había nacido el 4 de julio de 1924. Dicen que ya a los ocho años andaba parando pelotas de trapo por las calles de Gracia. Lo cierto es que con 15 años entró a trabajar en la fábrica Casacuberta. No quería estudiar, quería ser portero de fútbol. Compartió su oficio con la dedicación a varios equipos aficionados como el Racing del Guinardó. Un buen día, según cuenta él mismo, el señor Vieta -un mítico y desinteresado dirigente del CD Europa- lo tentó y se lo llevó al histórico club. Allí firmaría su primera ficha profesional: 200 pesetas al mes.
La mili se lo llevó a la Base Naval de San Fernando (Cádiz) y allí conquistó con su equipo el subcampeonato de España de la Marina. Como premio lo trasladaron a Palma de Mallorca, lo que le abrió las puertas para jugar en el RCD Mallorca desde 1944 a 1946. En mayo del 46 se fijo en él Barcelona, todo un sueño hecho realidad. Visto así puede parecer que la suya fuese una carrera fulgurante, pero lo cierto es que le costó ganar la portería del primer equipo culé. A los técnicos no acababa de convencerles su planta física, que dicho sea de paso era admirable. De modo que fue cedido al Real Valladolid, entonces en Tercera División.
Allí devino en ídolo: los de Pisuerga ascendieron a Segunda en 1948, tras un partido de promoción ganado al Racing de Santander (3-1) en el que Ramallets fue el héroe. El Barcelona lo reclamó rápidamente, lo que constituía un nuevo paso adelante, aunque no decisivo, porque Velasco -el titular- estaba en plena forma. Más de un año pasó Antoni en blanco hasta que una grave lesión de Velasco (desprendimiento de retina) en Vigo al lanzarse a los pies de Mecarle, le abrió el paso.
Ramallets recuerda: “Fue mi gran ocasión ya que aquella misma semana el Barça celebraba sus bodas de oro ante el Palmeiras y el Copenhague. Allí me gané la confianza de todos”. Y, efectivamente, a partir de aquella conmemoración, nuestro hombre entró en el camino de la leyenda con paso firme. Tanto, que llegaría a jugar en su amado Barcelona más de 500 partidos, siendo uno de los jugadores con mayor palmarés personal. Al retirarse, tras más de trece años en el club, lo hizo con títulos tan importantes como éstos: seis Ligas Españolas, cinco Copas del Generalísimo, dos Copas de Ferias, dos Copas Latinas y el subcampeonato de la Copa de Europa de 1961. A título personal obtuvo cuatro trofeos Zamora y, por su ejemplar trayectoria deportiva, la preciada Medalla al Mérito Deportivo. Con el paso del tiempo se ha ganado el título de mejor portero de la historia azulgrana, en la que figuran grandes porteros como el mítico Zamora, que no cumplió toda su vida de élite en el club, a diferencia de Ramallets. Tuvo además el honor de formar en el equipo de estrellas culés que inauguraron el Camp Nou, el 24 de septiembre de 1957.
La temporada 1951-52 supuso un punto de inflexión en la historia del Barça, pues se instaló como equipo triunfante en toda la línea, enlazando con los sentimientos populares: comenzó ser más que un club. Fue la temporada que ha pasado a la historia como la de las "Cinco Copas", (Liga Española y Copas del Generalísimo, Latina, Eva Duarte y Martini Rossi) en la conquista de las cuales Ramallets supuso un puntal básico. Aquel equipo, con Kubala de líder, el valladar Antoni en la puerta, y hombres como Segarra, Biosca, Basora, César, Moreno, Manchón, Bosch o Gonzalvo III, marcaría un hito para el barcelonismo.
Tras ocho años de titularidad en el Barça, los seleccionadores nacionales Guillermo Eizaguirre y Benito Díaz le llamaron para participar en el Mundial de 1950. Ramallets debutó en Maracaná, en el segundo partido, que se ganó por 2-0 a Chile, tras una gran exhibición del portero español, que sorprendió por su estampa, su agilidad increíble, su sangre fría cuando era preciso y su valor. Tal fue la impresión que causó a los aficionados locales que comenzaron a llamarle el "gato de Maracaná", mientras el mujerío le reconocía como el "belo goleiro".
Histórica fue la victoria sobre Inglaterra, con el famoso gol de Zarra, que Matías Prats inmortalizó, pero es de justicia concederle a Ramallets su importante porción de la tarta. El ilustre periodista Antonio Valencia, escribió en Marca: “Hoy en el primer tiempo [Ramallets] ha estado colosal y me ha hecho pensar que había resucitado Zamora, a los treinta años justos de la gesta de Amberes”.
Después vendría un empate a dos tantos con Uruguay, que a la postre sería campeón del Mundo. España acusó el esfuerzo y se hundió ante los brasileños y los suecos, clasificándose en cuarto lugar. Una inesperada gesta que Ramallets recordó con motivo del Mundial del 82 en España: “Quedamos clasificados cuartos. No estuvo mal. Hasta hoy no se ha mejorado este resultado, pero nos supo a poco”.
En total el "Gato de Maracaná" jugó 35 partidos con la selección nacional, obteniendo 18 victorias, ocho empates y nueve derrotas, encajando 51 goles.
Al romper los años 60, aquel joven espigado de Gracia había superado la cresta de la ola y se encontraba cerca del retiro. Solamente le faltaba la Copa de Europa y fue a por ella. De entrada todo pintaba bien, consiguiendo la proeza de eliminar al Real Madrid, que había levantado las cinco primeras. Y llegó la final de 1961. Escenario: Berna; rival: el Benfica portugués. El Barça abre el marcador, por obra de Kocsis, domina a su rival y exhibe trazas de campeón, pero cuatro tiros al poste de sus jugadores de campo y dos goles de los que nunca se le colaban a Ramallets dejaron la cosa en un triste 3-2. No fue posible añadir el último título al extraordinario palmarés de Antoni Ramallets Simón, que se retiraría entregando el testigo al valenciano Pesudo.
Aún tendría su cuota de gloria como entrenador, clasificando en 1963 al Valladolid en cuarto lugar de la Liga, lo que constituye la mejor clasificación de la historia del club pucelano.
Fuente: Don Balón