
El hincha cultiva, como se sabe, el placer de la negación del otro: el jugador enemigo siempre merece condenación o desprecio. Pero los hinchas argentinos de todas las banderas celebran a Carrizo y coinciden, quién más, quién menos: nadie ha atajado como él en aquellas canchas. Y sin embargo, en 1958, cuando la selección argentina volvió con el rabo entre las patas del Mundial de Suecia, el ídolo fue el último de los dejados de la mano de Dios. Argentina había sido goleada por Checoslovaquia 6 a 1, y semejante crimen exigía una expiación. La prensa lo vapuleó, el público lo silbó, Carrixo quedó con el ánimo por el piso. Y años después, en sus memorias, tristemente confesó:
- Siempre recuerdo más los goles que me hicieron que los remates que atajé.
Fuente: Eduardo Galeano
Lo mejor de Amadeo Carrizo
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