
Él tenía, escondidos en el cuerpo, resortes secretos. Saltaba el muy brujo, sin tomar impulso, y su cabeza llegaba siempre más alto que las manos del arquero, y cuando más dormidas parecían sus piernas, con más fuerza descargaban de pronto latigazos al gol. Con frecuencia, Erico azotaba de taquito. No hubo taco más certero en la historia del fútbol.
Cuando Erico no hacía goles, los ofrecía, servidos, a sus compañeros. Cátulo Castillo le dedicó un tango:
Pasará un milenio sin que nadieY todo lo hacía con elegancia de bailarín. "Es Nijinski", comprobó el escritor francés Paul Morand, cuando lo vio jugar.
repita tu proeza
del pase de taquito o de cabeza.
Fuente: Eduardo Galeano
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