
Entonces lo sacaron del equipo titular. Esperó, pidió volver, volvió. Pero no había caso, la mala racha seguía, la gente lo silbaba: en la defensa, se le escapaban hasta las tortugas; en el ataque, no embocaba una.
Al fin del verano de 1918, en el estadio del club Nacional, Abdón Porte se mató. Se pegó un balazo a medianoche, en el centro de la cancha donde había sido querido. Estaban todas las luces apagadas. Nadie escuchó el disparo.
Lo encontraron al amanecer. En una mano tenía el revólver y en la otra una carta.
Fuente: Eduardo Galeano
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