Zico

Hasta en su último acto de jugador, Zico nos alertó sobre algo que nosostros, críticos -últimamente tan dispuestos a exaltar cualquier mediocre que aparezca en los campos- habíamos olvidado: la importancia del verdadero crack. En cuanto los clubes más poderosos de Brasil -Vasco, Flamengo, Corinthians, Palmeiras, Internacional, Sao Paulo- disputando campeonatos estatales y nacionales, tienen problema para atraer a cinco mil, diez mil personas, el crack -él sólo- con su talento y su grandeza, lleva 100 mil al Maracaná, en una noche sin compromiso.
Ahí está, ratificada por la presencia masiva del pueblo, la exacta dimensión de Zico en el fútbol brasileño.
En una época en que el fútbol pierde cada vez más su sentido lúdico y relajado, para dejar paso a la filosofía del miedo, de defender con diez para no perder, de atacar con uno o dos, para no correr riesgos, de combatir para destruir, de hacer faltas para no dejar crear -en esta época de técnicos de la defensa, de jugadores limitados, la figura del crack simbolizada por Zico bien se merecía la consagración del Maracaná repleto.

Pues Zico -o el crack de manera general- nada tiene que ver con ese fútbol de esquemas defensivos y de jugadores laboriosos que atraen dos o tres mil personas al campo. Fue de ese fútbol sin imaginación que él se despidió para siempre. El fútbol de Zico es el fútbol de 100 mil personas en delirio, el del estadio repleto de pasión, de la alegría de jugar al balón por amor y el placer de crear una jugada de gol.

Hoy los estadios brasileños están aun más vacíos.
Fuente: Fernando Calazans

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